lunes, 23 de agosto de 2010

Una nueva oportunidad para la formación

Las manos, los dedos de los pies, las piernas…simplemente todo estaba congelado. Los voluntarios con dificultad lograban articular sus opiniones en medio del frío reinante. Cualquiera no habría dudado en estar hace horas guarecido dentro de su saco de dormir, intentando conciliar el sueño al abrigo del gélido ambiente. Pero éste no era el caso. La “escuela” -como llamamos a los grupos de voluntarios que se hacen cargo de un proyecto de construcción- no tenía el menor interés por acostarse. Tampoco parecían tener frío, pues estaban inmersos en una acalorada discusión: cómo repartir mejor la torta en un país donde la desigualdad de oportunidades, de ingresos, de sueños, es la regla.

La urgencia de los trabajos que ejecutó Un Techo para Chile durante los primeros meses después del terremoto significó transar en varias cosas: entre ellas las actividades de formación. Simplemente no había tiempo para hacerlas; las mediaguas se terminaban de armar muchas veces en torno a la medianoche, y ya no había fuerzas para sentarse, reflexionar y discutir. Sin embargo, las más de doce horas de trabajo ininterrumpido eran una inyección formativa suficiente para esas circunstancias. En estos Trabajos de Invierno la situación era distinta, y las actividades de formación encontraron nuevamente su lugar.

Un alumno de un colegio inglés del sector oriente de Santiago, se preguntaba -realmente afligido- cómo hacerlo para ser testimonio, con su vida, de una sociedad que no reprodujese las lógicas de desigualdad que constantemente veía en su vida cotidiana, y de las cuales se sentía totalmente partícipe. Otra voluntaria se preguntaba cómo evitar los prejuicios que surgían en ambos extremos del espectro social y que llevaban a calificar -y a marginar- al otro de flaite o lais según su apellido, el color de su pelo o el modo de hablar. Otros chicos de un conservador colegio católico de Las Condes encontraban a Dios en medio de unos suculentos porotos con riendas, compartidos en torno a la mesa de una dirigente barrial en un sector semi rural de Parral. Revelaciones, cuestionamientos e inquietudes que sacudió con fuerza el terremoto y que hoy se instalan en las mentes de miles de jóvenes, muchos de los cuales -especialmente los secundarios- por primera vez tenían contacto con la realidad de los más excluidos de hoy.

Es por eso que con estas construcciones también se levantaron nuevos desafíos. Fueron los mismos voluntarios quienes lo hicieron ver. Pues la mayoría de los proyectos que se construyeron durante estos Trabajos de Invierno no consistían en mediaguas, sino que en sedes sociales, plazas de juegos, baños, paraderos, etc. Proyectos propuestos por las mismas comunidades, pero sin los “fuegos artificiales, luces ni centellas”; sin la potente carga simbólica que tiene el colaborar a construir el hogar de una familia.

¿Cómo hacer ver que la construcción de una plaza de juegos entraña un acto de justicia que dignifica tanto como la vivienda, especialmente para una familia que nunca ha tenido la posibilidad de contar con un espacio de esparcimiento cercano? ¿Cómo conseguir, en medio de la austeridad de la construcción de un paradero, que los jóvenes perciban que los más pobres son ciudadanos como ellos, y con derechos tan básicos y obvios como contar con un techo para aguardar guarecidos bajo la constante lluvia sureña el transporte a las escuelas de los alrededores? ¿Cómo conseguir esto en medio de una generación sobre todo receptiva a descargas emotivas fulgurantes, instantáneas y de impacto fácil?

La diversidad de jóvenes con las que se trabajó también configura nuevos desafíos. El período de reconstrucción fue propicio para que estudiantes provenientes de sectores socioeconómicos menos acomodados se hicieran voluntarios por primera vez en forma tan masiva de Un Techo para Chile. Los Trabajos de Invierno no rompieron esa tónica, y, por ejemplo, fue profundamente significativo que se diera un debate sobre la calidad de la educación en Chile con jóvenes provenientes de colegios particulares, subvencionados y municipalizados, todos ellos formando parte de una misma escuela.

A casi seis meses de ocurrido el terremoto éste sigue trayéndonos réplicas. Sin embargo, muchas de ellas son réplicas positivas, que arrojan nuevos cuestionamientos sobre lo que despertó esa madrugada del 27 de febrero; nuevas inquietudes que evidencian ese enorme vigor que vive en los actuales jóvenes; una fuerza que busca cauce, que anhela sentido y que nos desafía a poner todos nuestros medios para encontrar una respuesta que esté a la altura de esos impresionantes arranques de justicia y solidaridad que mueven a esta generación.

Cristóbal Emilfork, SJ.

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