lunes, 17 de agosto de 2009

SOLIDARIDAD: TRABAJA EL DOBLE Y GANA LO MISMO

El comité Las Rocas de Laraquete tiene un registro escrito de todas sus reuniones. Las funciones que se le atribuyen a la secretaria del comité se han desarrollado de manera muy eficiente. El comité tiene pocas familias, pero todas quieren participar con un cargo. Ya están elegidos los cargos típicos de una directiva, más los directores de jurídica, educación y fomento productivo, y al momento en el que necesitaban llenar el cargo de secretaria, el último vacante, la señora María clamaba por un puesto. Se lo dieron.

La señora María, la secretaria del Comité Las Rocas, es analfabeta y, repito, las funciones que se le atribuyen a la secretaria del comité se han desarrollado de manera muy eficiente.

Más allá del analfabetismo de la señora María, en la directiva del Campamento Las Rocas todos se reconocen como iguales, y desde esa “igualdad radical” reconocen el vínculo que los une en la búsqueda de una vivienda y calidad de vida mejor. Eso es solidaridad, pues el deseo de participar y el compromiso de la señora María fueron el único requisito para ocupar el cargo que quizás exige con mayor necesidad técnicas de alfabetismo. Pero para tomar actas está la presidenta, así es que la señora María participa con todas sus ganas, en su cargo de secretaria, en todas las mesas de trabajo, así el comité va trabajando semana a semana en la búsqueda del bien común con todos los actores interesados involucrados en este proceso.

La convicción de que somos todos iguales subyace a la idea de solidaridad. Tomamos los problemas de otros como si fueran los nuestros, y así los otros y nosotros trabajamos en la resolución de esos problemas, en la búsqueda del bien común sabiéndonos parte de un todo.

Por esto la solidaridad nos impulsa a realizar cambios que realicen el ideal de justicia. Al ser profundamente justa, la solidaridad se transforma en un imperativo moral, el que puede llegar incluso a ser un imperativo legal, cuando la obligación por alcanzar la justicia queda plasmada en la ley.

Pero si no sentimos el imperativo moral de la solidaridad, que éste esté plasmado en la ley puede servir bien poco. Todos quienes trabajamos en UTPCH debiéramos tener algo de ese imperativo moral, espero también no tengamos dudas, en el futuro, de declarar todos nuestros impuestos, o de pagarle un “sueldo justo” a la señora que nos hará el aseo, de asumir trabajos más por convicciones que por vanidad. Si en los pequeños actos la solidaridad –el reconocernos como iguales al otro y desde esa igualdad trabajar con el otro para buscar el bien común y la justicia- es sólo música.

Una de las principales razones para donar en la Teletón, por ejemplo: “A cualquiera de nosotros nos puede pasar”. Pero, claro, con la pobreza no es lo mismo, porque el riesgo de quedar inválido para muchos de nosotros es superior al riesgo de ser pobre. ¿Qué nos mueve? La solidaridad no permite actos egoístas, como tampoco atribuibles sólo a una etapa de la juventud, la convicción de sabernos parte de un todo compuesto por seres iguales nos plantea desafíos importantes, la solidaridad no nos da la posibilidad de entregar lo que nos sobra, nos obliga a trabajar el doble, ganando quizás lo mismo. ¿Cuántos elegiríamos en nuestra directiva a una persona analfabeta como secretaria, sabiendo que vamos a tener que ser nosotros los que lleven las actas aún cuando no nos corresponde? ¿Cuánto estamos dispuestos a ceder por la búsqueda con otros del bien común, reconociéndonos, a nosotros, con privilegios que otros no han podido tener?

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