lunes, 10 de agosto de 2009

Carta a un amigo infiel

Querido Amigo:
Pocas son las instancias que tenemos para detenernos. ¿Cuántas veces somos capaces de dar un paso atrás, para mirar todo lo que hacemos? Universidad, familia, amigos, pololas, carretes, trabajo, pruebas y cuántas otras cosas ocupan nuestra cabeza y tiempo. Muchas son las ocasiones en que sobrepasados por todo esto, atrapados en la máquina de la rutina y lo cotidiano, comenzamos a vernos sólo a nosotros mismos: a agachar la cabeza y mirar sólo el propio ombligo. Pero cuán pocos son los momentos en que nos detenemos, respiramos profundo, ponemos todo esto en perspectiva y le damos sentido a lo que hacemos.

Y es que te veo ahí, como tantos jóvenes: el más rápido en desenvainar el chuzo, la pala y los guantes, y partir a cualquier rincón de Chile a la construcción de un hogar de emergencia; el primero en levantarse para ir a ofrecer desayunos en la madrugada a aquellos que mueren de hambre a la sombra imperceptible de quienes sufren de indigestión; el más indignado con el llanto agradecido de quien inaugura una mediagua; el que recorre los campamentos y se atreve a soñar con algo distinto.

Pero, basta que salgas de la cómoda compañía de quienes comparten tus ideas, para que toda la fuerza, la pasión y las convicciones desaparezcan. Entonces, el grito de denuncia se transforma en un imperceptible murmullo, y tú que en otro espacio creías poder cambiar el mundo, te instalas tranquilo en el espacio aún tibio del sillón. Y el que habla de compromiso, ni siquiera se inscribe a votar; el que habla de sacrificio no es capaz de sentarse más de media hora a estudiar; el que habla de pensar el país, se pierde entre la humanidad semi-desnuda de una modelo en la televisión y la anestesia de la quinta piscola de la noche; y la voz crítica se hace complaciente; y los sueños, sueños son.

Es impresionante tu transformación. Si no te conociera, diría que sufres un evidente caso de esquizofrenia: un desdoblamiento absoluto dependiendo del momento y espacio en que te encuentras. Una suerte de botón de encendido automático, para prender las convicciones cuando sea conveniente. A veces, no puedo evitar preguntarme cuál de los dos tú es el real…

Pero te conozco, y sé que gozas de perfecta salud mental. Y eso es lo más doloroso, porque el problema entonces ya no es tratable con terapia ni remedios, es mucho más complejo: eres más que un infiel activista. ¡Pero si yo soy el primero en todas las construcciones! ¡Me reviento trabajando por esto, incluso a costa de la universidad! ¡Ni siquiera he cambiado un ápice de mi discurso en años! Seguro que todos esos argumentos gritan en tu cabeza para responderme, probablemente acompañado de los más variados calificativos. Grita, patalea, enójate. Pero eso no cambia nada. Mira, te hago una pregunta: ¿En diez o quince años más, cuál va a ser la diferencia entre tú y otro que nunca conoció todo lo que tú has vivido? Pocas, ¿cierto?

Y es que en medio de la velocidad te olvidaste de lo más importante: detenerte, cuestionar, preguntar. Te olvidaste de mirar los cimientos de tus acciones, y ahora ya se encuentran carcomidos por las termitas de la inmediatez y lo desechable. Como esos matrimonios que terminan acotando que no han sido infieles, sino que “los mató la rutina”. No has sido capaz de entender la rutina no mata cuando está llena de sentido, sino que cuando se convierte en la repetición automática de ritos y acciones que ni siquiera comprendes. Y es que ser fiel no tiene nada que ver con mantenerte inamovible en una posición, sino tener unos fundamentos tan bien establecidos, que te permitan, como en una casa, ampliarte, modificarte, siempre en la dirección establecida en la raíz. Tiene que ver con proyectar, es decir, con llenar, en la medida correspondiente, de eternidad y trascendencia lo temporal.

Así, mi amigo, que esta carta sea un signo pare en tu camino. Que te permita detenerte y mirar tu vida con calma y en plena libertad. Que te permitan cuestionar tus raíces, y que te invite a deshacerte de ese rincón tranquilo del mundo, en el cuál te has estado escondiendo. Pregúntate qué cosas de tu vida vale la pena llenar de eternidad, y cuáles son contingencias (más o menos importantes). Pregúntate finalmente cuál es tu Proyecto, con mayúscula, sin miedo a cambiar, modificar o retroceder lo recorrido: a ese tienes que serle fiel. El resto, como dicen, vendrá por añadidura.
Diego Navarrete

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