lunes, 3 de agosto de 2009

Compartamos nuestro gran secreto

En la “Encuesta Nacional de Dirigentes de Campamentos” realizada por el Centro de Investigación Social de nuestra Fundación, se entrevistaron 289 dirigentes de todo el país buscando levantar información de una realidad no muy conocida. En ella existe un dato importante que a mi juicio pasó más o menos desapercibido, no causando mayores consecuencias en nuestra Fundación. El dato era la sumatoria de porcentajes de aquellos dirigentes que señalaron no tener educación formal, o sólo haber completado la educación básica o tener incompleta incluso la educación elemental. Esa suma daba un 53,9%.
El dato no es menor. Más de la mitad de los dirigentes, había apenas completado 8 años de educación básica o habían desertado antes, por lo tanto, lo que podrán ofrecer al mercado laboral será de escasa valoración económica. Hecho que vuelve muy probable que sólo puedan desempeñarse en trabajos con mínimas exigencias educacionales, sin mayores proyecciones y que son pagados con el sueldo mínimo. Por lo tanto, están condenados a la pobreza o por lo menos a la vulnerabilidad.
El dato se vuelve más relevante cuando nos damos cuenta que se trata de dirigentes de campamentos, en la mayoría de los cuales está presente el trabajo de Un techo para Chile hace más de un lustro. Por lo tanto, en el asentamiento donde este dirigente habita, con seguridad hemos realizado una serie de talleres de oficios, tutorías, electivos y otras intervenciones, con distinta suerte dentro de la comunidad. Sin embargo, en todas ellas no hemos reparado en que, quien lideraba el asentamiento quizás tenía dificultades serías en comprensión de lectura o con suerte realizaba de buena forma las cuatro operaciones aritméticas. No vimos que ahí estaba su principal pobreza.
Agrava la falta el hecho que se trata de un dirigente, socio relevante en nuestro trabajo con esa comunidad, quien trabaja voluntariamente por el bienestar de su gente. Por lo cual podemos concluir que ganas no le faltaban de aprender, sino que nunca le hicimos el llamado correcto pertinente y oportuno, para continuar su educación formal. Educación que llevaría a ese dirigente, y con suerte la comunidad que lidera, a no necesitar más bingos bailables y rifas de cajas de mercaderías para llegar a fin de mes, puesto que su educación haría que su trabajo fuera mejor pagado. Porque ese el gran secreto de todos los que hemos logrado un mayor bienestar en la vida: la educación, única arma que verdaderamente mata la vulnerabilidad.
Un techo para Chile, tiene la meta de, aquí al bicentenario de nuestra república, trabajar con 10.000 familias de campamentos para desarrollar junto a ellos una solución habitacional que no implique sólo una estructura física sino que la construcción de un barrio habitado por personas que por procesos participativos han descubierto sus potencialidades y las han desarrollado.
Sólo el enunciado de esta meta debiera producir adrenalina a todos quienes queremos como estudiantes y profesionales aportar con nuestras ganas y conocimientos a construir un país más justo e igualitario.
Por ello no podemos “farriarnos” la confianza que toda una nación deposita en nuestra Fundación, financiada en su totalidad con donaciones, y seguir sin compartir nuestro gran secreto con las familias de campamentos. Ha llegado la hora que pongamos más fuerza en habilitar socialmente a las familias de campamento tal como a nosotros nos habilitaron: mediante la Educación, formal y de calidad. Eso es lo que debemos fomentar en cada uno de nuestros asentamientos para que se vuelvan barrios donde los que viven sientan que han dejado no sólo las habitaciones de cartón y plástico, sino los oscuros cuartos donde habita quien está deficientemente letrado.
No obstante, lo anterior nos pone duras pruebas como Fundación. Implica ponernos más serios y dejar de hacer cursos de peluquería en campamentos de temporeros. Importa dejar la soberbia en que a veces se transforma nuestro ímpetu de ayudar, y entender que la única forma en que se dé realmente esta Educación es conectándonos a la red formal y no encerrándonos en el campamento como una burbuja. Finalmente, significa dejar la distancia que ponemos entre nuestra historia y la de las familias de campamento, cuando le hacemos ver a ellos que el camino de lo comunitario es la única vía para derrotar su situación de pobreza. Entiendo que algunas de estos desafíos se están abarcando, pero creo que no se hace con la determinación que se necesita.
Estamos a poco más de un año del bicentenario y es claro que vamos a seguir trabajando más allá. Hagamos lo posible por no perder la oportunidad de realmente aportar para que los barrios que junto a las familias construyamos sean lugares donde habitan familias que cuentan con las mismas oportunidades de nosotros, familias que tienen abiertas las puertas del progreso, donde no sólo se trabaje para ganar el sueldo mínimo, lugares en que, si hacemos las cosas bien, nuestros dirigentes puedan también disfrutar de ese lujo mayor que es la vocación.
Pablo Valenzuela
Región Metropolitana, Chile

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