lunes, 27 de julio de 2009

¡¿Nunca más?!

A 60 años de la 2° Guerra Mundial, todavía siguen saliendo películas, documentales e investigaciones sobre los campos de concentración nazi. Por otro lado, estos son una visita casi obligatoria cuando uno va a Europa y recorre Alemania, Polonia o Austria. Al ver las películas, y mucho más al recorrer un campo de concentración, es muy difícil no terminar indignado. No se puede creer como hace apenas 60 años existían lugares como estos, donde millones de hombres y mujeres, niños y niñas eran marginados y excluidos de la sociedad, para vivir en condiciones totalmente indignas. Porque eran tratados como animales y morían por la violencia ejercida, por enfermedades “curables”, por hambre, o simplemente por desesperanza. Allí no llegaban los derechos humanos, la medicina o la justicia. Una simple reja o alambrado separaba dos mundos totalmente distintos.

Lo bueno es que estos centros fueron descubiertos y clausurados, y hoy se mantienen abiertos solo para mantener viva la memoria de lo que allí pasó, para que cada visitante salga con bronca, pero a la vez convencido de que lugares de ese tipo no pueden volver a existir. Y así exclaman un “¡Nunca más!”, que es también casi una promesa de que harán todo lo posible para evitar que cosas así sucedan en el futuro. Es el mundo entero en realidad, el que año tras año, al conmemorarse otro aniversario del fin de la guerra, grita con fuerza ese “¡Nunca más!” que parece ya estar impregnado en las generaciones últimas.

Ahora bien, ¿es real ese “¡Nunca más!”? Dentro y fuera de las ciudades más importantes de Latinoamérica existen otros “campos de concentración”, donde la gente vive excluida y marginada del resto de la sociedad. Donde los derechos humanos, la medicina o la justicia no llegan. Hoy, en los albores del siglo XXI, millones de hombres y mujeres, niños y niñas viven en condiciones totalmente indignas. Hoy, a mediados del 2009, millones de niños despiertan en la misma cama que sus hermanos y hermanas, ponen sus pies descalzos en el piso de su casa (que es de barro), se bañan con (poca) agua fría en pleno invierno, y están desnutridos. Hoy, millones de hombres y mujeres encuentran en la basura los medios para acceder a una “vida digna”. Extrañas paradojas de nuestros tiempos. Sí, nos guste o no, lo aceptemos o no, existen hoy campos de concentración, y sus límites parecen ser una barrera impenetrable para la equidad social.

Pero lamentablemente esto no es culpa de algunas facciones o grupos políticos. Ni siquiera de algunos países. Cada uno es responsable de lo que pasa a nuestro alrededor. Y, ¿adonde mira el mundo? ¿Adonde mira nuestro continente? Son nuestros hermanos los que viven así, buscando con arrojo una oportunidad, esas de las miles que a nosotros se nos presentan diariamente.
¿Cuántas veces salimos con bronca de un asentamiento, pero al mismo tiempo convencidos de que vamos a dejar todo para que lo vimos forme parte del pasado? Alcemos entonces nuestra voz, y gritemos con sinceridad ese “¡Nunca más!”. Pero a sabiendas de que con eso sólo no basta, pongamos manos a la obra, y sigamos con más fuerza que nunca con nuestro objetivo de erradicar definitivamente los “campos de concentración”, logrando así un continente más justo, con oportunidades para todos.
Agustín J. Algorta
Argentina

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