lunes, 9 de marzo de 2009

Acreditado en la vida

Hace un tiempo con mis amigos decidimos guardar un espacio especial para que cada uno pudiese comentar algo con el resto, preparar un tema, o exponer sobre algo en que tenía cierto conocimiento. Los resultados fueron absolutamente inesperados cuando nos especializamos en compartir experiencia y conocimientos que, por un lado eran novedosos para el resto, y al mismo tiempo una sorpresa respecto a cuánto en verdad sabíamos de nosotros mismos.
Por razones de tiempo dejamos de hacer este ejercicio, pero creo que sin lugar a duda lo más rescatable fue sorprendernos de la posibilidad de aprender de otro a quién desde tanto tiempo conocemos; asombrarnos en esa persona con quien mil veces hemos hablado estupideces, compartido historias y recuerdos; en cómo es capaz de ensanchar nuestra vida y hacernos aprender no sólo con el ejemplo sino con una real transmisión de conocimiento.
Dejamos de confiar en quienes nos rodean. La costumbre nos empuja a esperar de un externo, lleno de certificaciones, de experiencia de otros lados, que ojalá no conozcamos sus situaciones más íntimas ni flaquezas en la manera de vivir, para confiar algo tan importante como es el aprendizaje. Es impresionante cómo sin siquiera razonarlo, despreciamos lo nuestro, evitamos la sorpresa nacida del profundizar en el conocimiento de quienes nos rodean, e idealizamos lo que nos pueden entregar quienes tienen un diploma o certificado de éxito en un curso.
Y no quiero decir que una acreditación signifique poco, es más, creo que efectivamente puede ser un fiel reflejo de personas que son capaces de comenzar algo y terminarlo, que quizás efectivamente aprendieron y tienen la capacidad de transmitirlo, por el hecho de haber tenido el espacio para desarrollar cierta habilidad. Lo que sí olvidamos o tendemos a despreciar es la escuela que nos da la vida, la que va moldeando nuestra persona y que ayuda a que un conocimiento técnico o específico se haga carne en la experiencia. Qué fácil se nos puede hacer el valorar como menos al que ha realizado siempre un determinado oficio, frente a quien lo desarrolla con un comprobante en mano; al pensar que un profesional necesariamente sabe más que quién no lo es, por el sólo hecho de llevar un título.
Cuánto finalmente lograremos avanzar mientras no depositemos la confianza en que hay algo especial y novedoso en quienes viven junto a nosotros; que aprender de nuestro amigo, de un hermano, de un vecino o incluso de quienes detestamos, puede ser uno de los ejercicios más humildes, enriquecedores y efectivos que podemos esperar de la vida.
Gonzalo Cerda

1 comentario:

José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J. dijo...

Efectivamente... nos hemos acostumbrado a mirar el mundo y a los demás como objetos, hemos perdido la capacidad de asombro, y con ello, la capacidad de soñar cambios... encasillamos y nos encasillamos. ¡A despeinarse!