lunes, 1 de septiembre de 2008

VER A CRISTO EN EL POBRE

“Este es mi último anhelo: que se haga una cruzada de amor y respeto al pobre… porque el pobre es Cristo, Cristo desnudo, Cristo con hambre, Cristo sucio, Cristo enfermo, Cristo abandonado. ¿Podemos quedarnos indiferentes? ¿Podemos quedarnos tranquilos?...”


De esta forma, el Padre Hurtado hacía un llamado a los chilenos de su época, a tender una mano a los marginados de nuestro país, y a hacerse cargo de la enorme injusticia que envolvía nuestro país hace más de 50 años, y que sigue extendiendo su manto sobre miles de familias en la actualidad. Así, ante esta injusticia, ante todo el dolor, sufrimiento y miseria que trae consigo la pobreza, cabe preguntarse ¿qué rol juega mi fe?

Nuestra fe católica, es por definición un acto de amor (amen al prójimo como a sí mismos, dijo Cristo), que nos invita a acercarnos a los más desposeídos de nuestra sociedad. No podemos reducir nuestra fe a una concepción “legalista”. A una serie de preceptos que excluyen a quienes no los cumplen, o a quienes “no están preparados para recibir al señor”. No podemos desnaturalizarla de esa manera.
Tal como Cristo, debemos amar a los marginados, a esos “leprosos, prostitutas y pecadores” de nuestra actualidad. Debemos ser capaces de tender puentes, de unir en vez de separar, de conocer sus sueños y juntarlos con los nuestros. A partir de nuestra fe, nuestra misión debe ser tomar las “dos orillas del mapocho”, y construir un “nosotros”. Debemos ser capaces de reconocer a Cristo en el pobre, y no quedarnos indiferente ante él.
Así, el cristianismo está profundamente ligado a la acción en la tierra, y debe ser el fundamento de una búsqueda constante de justicia y servicio. ¿De qué nos sirve una profunda vida de oración, si no busca sensibilizarme ante el dolor ajeno? ¿Para qué buscar a Cristo arriba en las alturas, si puedo encontrarlo en el pobre, el abandonado, el sufriente que tengo frente a mí?
Dejar que Dios entre en mi vida, es una experiencia transformadora. El abrirse realmente a él te mueve el piso, derrumba todos los supuestos sobre los cuales uno había planeado su vida. Es una invitación a la humildad, a salir de uno mismo, a dejar de mirarse el ombligo, para descubrir que Cristo ha estado siempre a nuestro lado, en el pobre. A ser voces que emerjan de la multitud y denuncien el dolor que quema el alma de tantas personas. Una invitación a compartir con ellos, una mirada de esperanza, una palabra de aliento; un té y una marraqueta, la construcción de un nuevo hogar. A optar profunda y apasionadamente por la justicia, y a ser capaces de llegar hasta las últimas consecuencias por defenderla.

Así pues, más de 5 décadas han pasado desde la muerte del Padre Hurtado, y si miramos un poquito más allá de nuestro patio trasero, descubrimos que, final de cuentas, la situación sigue más menos igual. Descubrimos que el dolor sigue latente animado por el frío, el hambre y la indignidad que sufren miles de compatriotas. Descubrimos que la miseria todavía se esconde en una mediagua, en las afueras de la ciudad, en la triste sonrisa de aquellos niños que hacen malabares en las esquinas. Descubrimos que Cristo todavía sigue desnudo, con frío, doliente, miserable, ante la indiferencia de tantos. Y, en este mes en que recordamos al Padre Hurtado, sólo nos queda preguntarnos: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?


Diego Navarrete
01 septiembre 2008

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