lunes, 23 de junio de 2008

Proyecto país 2

Nuestra nación está hipnotizada por la idea del crecimiento económico como meta central, de la competitividad como el incentivo que moviliza a las personas, del valor de ser los "ganadores", como fines fundamentales de la vida humana.

Este gran espejismo se posesiona de la mente, el sentimiento y el quehacer, convirtiéndose en una dictadura sicológica que condiciona nuestras elecciones vitales, nuestras relaciones interpersonales y todos los demás aspectos de la vida. Actúa desde lo inconsciente, está entramada en las células de nuestro cuerpo, se alimenta de nuestras inseguridades y miedos, de nuestra necesidad de tener una autoestima que nos haga sentir dignos de ser aceptados y amados, de nuestras vanidades y soberbia.

La dictadura del crecimiento económico y la competitividad como incentivo medular al quehacer humano llevan a que las personas vayan perdiendo el sentido más profundo de sus vidas, y que midan el valor de lo que hacen sólo en cuanto es rentable, a que los jóvenes tiendan a entender el trabajo como un medio para hacer dinero y pierdan contacto con la idea de la vocación, del servicio, del compromiso personal. Lo que los adultos no les dicen es que por ese camino están cavando la tumba de su propia infelicidad en una carrera loca de deseos y ansiedades que los llevará a entrar en un ritmo de vida donde todo lo humano se irá postergando, donde su sentir más profundo no tendrá cabida.

El éxito económico fácil, rápido, sin mucho esfuerzo, es la utopía de nuestros tiempos, y la felicidad se relaciona con conseguir posiciones, bienes, servicios que confirmen la imagen ser persona exitosa, una imagen de plástico que tiende a esconder a la persona real con sus penas y alegrías.

No estoy diciendo que el dinero y el flujo económico no sean importantes; lo son, pero cuando se convierten en el propósito central de la vida, cuando la felicidad se mide en relación a esto, cuando es foco de ansiedad, poder-arrogante, prestigio, cuando ahoga la vocación, el sentido, el valor de la gratuidad, del servir, de la autorrealización, de la expresión de lo mejor de uno mismo, entonces lo hemos convertido en un enemigo que nos esclaviza y nos obliga a vivir vidas que no nos realizan, que nos alejan de nuestra esencia.

Los países, empresas, organizaciones, escuelas, universidades deberían estimular la conexión con el sentido, con la vocación, y considerar que lo demás se dará por añadidura. La productividad es un resultado natural de personas que están haciendo las cosas imbuidos de sentido y encanto, cuando están dando lo mejor de sí, donde el trabajo se vive como el espacio de oportunidad donde realizo a mi ser en el mundo y no sólo como un trámite rápido para recibir el pago a fin de mes.

Patricia May
Lunes 23 de Junio
Publicado sábado 21 de Junio, Revista El Sábado

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