lunes, 17 de diciembre de 2007

Sobrevivencia y sentido: ¿dimensiones excluyentes?

A través del Espacio de Debate se busca fomentar la reflexión al interior del equipo de Un Techo para Chile. Cada semana hay un encargado de escribir acerca de un tema de interés nacional y que se relacione con nuestras inquietudes.
Éste no necesariamente representa la opinión de todos los que aquí trabajamos.
A propósito del estudio que hace un año y medio he venido haciendo sobre las formas de organización familiar en contexto de marginalidad, me he ido dando cuenta de un sesgo que subyace en la gran mayoría de los estudios relacionados con pobreza.
Básicamente, se trata de la vieja idea maslowniana de que el desarrollo de la existencia humana está determinado por una jerarquización de prioridades donde la solución de las necesidades básicas de sobrevivencia ocupa un lugar basal. De esta forma, la satisfacción de necesidades menos “esenciales” pero más “elevadas” -como la autorrealización, la creatividad, la moralidad, la expresión simbólica y estética, la pregunta por el sentido de la existencia, etc.-, sólo podrían comenzar a desarrollarse en un momento posterior, una vez que la sobrevivencia está ya asegurada.
Bajo este supuesto, estamos obligados a deducir que allí donde las condiciones de sobrevivencia no están “resueltas”, quedan eliminadas -o al menos considerablemente limitadas- las oportunidades para descubrir y expresar el conjunto de la existencia simbólica de los individuos. Este último es un supuesto “fuerte” que tiene detrás la idea de que el hombre puede llevar a cabo la reproducción de la vida y la producción de los objetos necesarios para ello –es decir, la dimensión transitiva de su existencia - con independencia de la pregunta por el sentido de esa vida –es decir, la dimensión intransitiva de su existencia-. Aquí, se presupone una situación inicial en la cual el hombre es idéntico al animal (“estado de naturaleza”), y que sólo en un segundo momento desarrolla su dimensión propiamente humana.
Contraponiéndose enfáticamente a esta visión, Victor Frankl –psiquiatra y filósofo austríaco, sobreviviente de Auschwitz-, narra un acontecimiento del que él mismo fue testigo. Los campos de concentración nazi constituyeron la máxima negación del ámbito de la sobrevivencia, allí ni siquiera la reproducción fisiológica estaba asegurada: los prisioneros morían de hambre. Sin embargo, Frankl narra cómo, en esa circunstancia de absoluta insatisfacción de las necesidades básicas, los prisioneros eran capaces de cantar sus himnos religiosos, incluso cuando iban camino a las cámaras de gas. Estos hombres no comían, pero cantaban.
Éste es un caso extremo, sin duda, pero por lo mismo nos abre posibilidades nuevas de observación frente a lo que consideramos como “obvio”. Cuando observamos la pobreza, se impone sin duda el dato “duro” de que las condiciones de sobrevivencia no han sido completamente satisfechas de acuerdo a los estándares materiales que nuestra sociedad exige y, de hecho, eso es lo que determina que alguien sea “pobre”. Sin embargo, pareciera ser que ese dato se impone, además, como la única condición relevante para la observación de la pobreza, quedando todo lo demás subordinado a esa determinación.
Para el ámbito de la organización familiar -en mi caso específico, el estudio del allegamiento- esto es especialmente radical. En la literatura que hasta el momento he leído sobre el tema, se plantea como un hecho indiscutible el que las formas “populares” de organización familiar –por ejemplo una predominancia del allegamiento- son resultado directo de la búsqueda por maximizar las condiciones de sobrevivencia económica. Sin negar la relevancia que estas últimas tienen efectivamente para la comprensión de fenómenos como el allegamiento, lo que sorprende a la mirada sociológica es la total ausencia de una pregunta por la autonomía que ciertas dimensiones de la existencia humana tienen con respecto a los condicionamientos materiales.
Tal como lo descubrió tempranamente la antropología –a partir de Lévi-Strauss- la familia es uno de los ámbitos que, en su manifestación empírica e histórica, mayor autonomía posee con respecto a las determinaciones socioeconómicas. Si bien interacciona de forma relevante con su entorno, la familia constituye un sistema cerrado, con una lógica propia y en última instancia irreductible a cualquier determinación funcional. Así lo muestra, en otro ejemplo “extremo”, el fracaso de todos los regímenes totalitarios por eliminar la familia, por medio del intento sistemático por sustituir todas las “funciones” que ésta cumple para la sociedad, incluyendo la reproducción biológica.
En fin, volviendo al punto que nos interesa para esta reflexión, la pregunta es qué nos estamos perdiendo, qué complejidad y riqueza se nos está escapando de nuestra observación de la pobreza, cuando de antemano le quitamos toda autonomía a los vínculos familiares, a la estética, a las formas de socialización, a las narraciones, a las costumbres, a las creencias, con respecto a las determinaciones materiales. Retomando a Frankl, la pregunta que propongo es por qué no podría ocurrir lo inverso a lo que dijo Maslow, es decir que, precisamente por no tener “resuelto” el plano de la reproducción material de la existencia, en la pobreza puedan aparecer formas especialmente creativas y originales de significar la existencia y de construir el mundo con otros, formas que quizás tienen mucho que mostrar a quienes supuestamente ya tenemos “resuelto” el problema de la sobrevivencia.
Por Consuelo Araos
Lunes 17 de diciembre de 2007

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