lunes, 6 de agosto de 2007

Un nuevo objetivo para los trabajos


A través del Espacio de Debate se busca fomentar la reflexión al interior del equipo de Un Techo para Chile. Cada semana hay un encargado de escribir acerca de un tema de interés nacional y que se relacione con nuestras inquietudes.
Éste no necesariamente representa la opinión de todos los que aquí trabajamos.

Desde hace un año y medio, los voluntarios que van a los trabajos de Un Techo para Chile no duermen en las escuelas de las localidades a las que van, sino que instalan un campamento-escuela con mediaguas que ellos mismos construyen y que luego se entregan a familias de la zona.
Esto se empezó a hacer porque generalmente las escuelas municipales son los edificios más modernos y mejor equipados de las localidades más pobres, por lo que los voluntarios, una vez que volvían de construir se desconectaban totalmente de la realidad de las familias a las que les estaban construyendo. Al dormir en mediaguas, en cambio, se hace mucho más fácil poder conocer más profundamente la realidad de la pobreza y al mismo tiempo se crean vínculos mucho más fuertes con las comunidades que están cerca de los campamentos-escuela.

Personalmente, me costó mucho tiempo entender el verdadero trasfondo de esta iniciativa y finalmente dejar de pensar que estábamos “jugando a ser pobres”. Hoy creo que la experiencia de construir y hacer comunidad es mucho más enriquecedora y esclarecedora para los voluntarios si éstos duermen en los mismos campamentos.
Ahora bien, creo que también es importante que dejemos de mirar solamente el efecto que tiene esta experiencia en los voluntarios y nos enfoquemos también en el impacto que tienen cincuenta voluntarios que se instalan en una comunidad específica por diez días.
En estos trabajos de invierno me tocó estar en un campamento-escuela que se ubicó en la población Juan Pablo II de Copiapó, la más peligrosa de la ciudad, más que nada por la alta presencia de pandillas y narcotraficantes. A pesar de que todos -la Municipalidad, Carabineros, dirigentes y pobladores- nos advirtieron de lo peligroso que era el lugar, y a pesar de que justo el día anterior a que llegáramos hubo un incendio y una balacera en la población, el campamento-escuela se construyó ahí de todas formas.
Lo más impresionante de haber estado ahí fue que, sin contar un par de piedras que nos tiraron el primer día, no pasó nada y no tuvimos ningún problema. Por el contrario, el campamento-escuela se transformó en un lugar de encuentro para la población. Primero llegaron los niños, que se instalaban a jugar desde las ocho de la mañana a las ocho de la noche. Después empezaron a llegar los vecinos que iban a copuchar, a tirar la talla o a cocinarnos a la hora de la comida. Finalmente aparecieron los jóvenes -pandilleros y no pandilleros- que jugaban fútbol, bailaban reggaetón, participaban en las actividades de formación y recreación de la escuela y hasta nos llevaron pizza algunas noches.
Fue impactante ver como una población que está tan negativamente marcada por todos se comportó de manera tan diferente por diez días, sólo porque estábamos nosotros alojando ahí; ver cómo una cancha que habitualmente los niños usan para tirar piedras o ir a volarse funcionó por una semana como comedor, pista de baile, lugar para reflexionar o ver el partido de la sub-20 no sólo para los que dormíamos ahí, sino que para todo el que quisiera acercarse.
Lo que quiero rescatar de esta experiencia es el hecho de que después de cuatro trabajos en que hemos dormido en campamentos ya tenemos claro el impacto que esto produce en los voluntarios. Es importante que ahora nos preocupemos de potenciar el impacto que la presencia de los voluntarios produce en las comunidades, y que tratemos que este impacto sea lo más positivo posible para que de esta forma sea beneficioso no sólo para los que llegamos, sino también para la comunidad que nos recibe.

María Paz Sagredo
Lunes 6 de agosto de 2007


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