lunes, 9 de noviembre de 2009

Jóvenes ¿hasta cuándo?

Sabemos que somos jóvenes, sabemos también que dejaremos de serlo. Cuando dejemos de serlo, ¿Cuál será nuestro discurso?

Es la juventud la llamada a tomar riesgos, a apostar, son precisamente los jóvenes los llamados a cambiar el mundo. ¿Pero que va a pasar cuando ya no seamos jóvenes?

Me causa mucho temor ser uno más de los que separan abruptamente la juventud de la adultez, aquellos que relatan nostálgicos las decisiones audaces de su juventud, pero se distancian de las ideas que sostuvieron esa audacia.

Mi mamá guarda en una caja vieja una foto de los trabajos de verano en la Isla Santa María en la región del Bio Bio del año 66. Cuando se emociona busca esa foto y me la muestra, me dice que se siente muy identificada conmigo. En la foto aparecen 7 personas, mi mamá con dos amigas, dos señoras y dos niños. Identifico a los amigas de mi madre, porque las sigue viendo, a pesar de todo el esfuerzo que ha hecho el tiempo para cambiarlas. Respecto a las dos señoras, mi mamá siempre se demora unos minutos en acordarse de sus nombres, pero al final lo logra, el nombre de los niños le es más fácil, rápidamente me dice: “ese es Pedro y ese Luchito.” Mi mamá me cuenta que la Isla fue otra después que ellos partieron, ella recuerda contenta su juventud, porque cambió su mundo. Pero mi mamá nunca volvió a la Isla, no volvió a verlas ni a las señoras ni a los niños, a sus amigas las ve religiosamente todos los meses.

Esa conversación siempre me deja mal, por un lado efectivamente somos muy parecidos, pero por otro lado, lo único que quiero es no guardar mi juventud en una foto, cuidarla con cariño y compartirla nostálgicamente con mi hijo.

Por eso tenemos que preguntarnos, ¿Cuál es la idea que sostiene nuestra audacia? Yo trato de responderla pensado que nuestra idea fue encontrarnos, compartir los problemas y, reconociendo la dignidad del otro, buscar conjuntamente las respuestas.

Nuestro desafío está precisamente ahí, en hacer común esa idea, en sentirnos parte de una generación, debemos pensar constantemente en como fortalecer el encuentro que hemos generado, en digerir las renuncias de un mundo que nos quiere para otras cosas, en buscar realmente la forma de ser felices, no podemos pensar que esto es una etapa.

No dejemos nunca de encontrarnos, no pensemos que mirar una foto es una forma de encontrarse. No dejemos de escucharnos, no pensemos que a partir de nuestra experiencia podremos desde nuestros sillones prever o anticipar los problemas de otros.

Si nos dimos cuenta que pudimos dar algunas respuestas a los problemas, sigamos arriesgando y compartamos la suerte con aquellos que hoy podemos decirles amigos nuestros. Compartamos de verdad, compartamos los barrios, compartamos los colegios, compartamos las fiestas. No pensemos que hay cosas para unos y cosas para otros.

Nuestro desafío no está en ser contadores de cuentos, sino en ser ejemplos vivos de un mundo que cambió, para que cuando dejemos de ser jóvenes lo único que haya cambiado sean los kilos de más y las fiestas de menos.

Pablo Maino

Región Metropolitana, Chile

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