lunes, 30 de marzo de 2009

Conciencia de clase

Marx utilizó el concepto de conciencia de clase en el contexto de una incipiente sociedad capitalista, marcada por una tensión entre dos grandes grupos de la sociedad: los asalariados y los capitalistas (o poseedores de los medios de producción). En su conjunto, ambos grupos constituían las llamadas relaciones sociales de producción, caracterizadas por una relación de mucha fricción, reproducida longitudinalmente en la historia, pero cuya fuerza vendría a tener consecuencias realmente gravitantes en aquella, la sociedad capitalista, donde el enfrentamiento entre ambas clases devendría en un orden nuevo, el comunismo, caracterizado por una repartición distinta de los medios de producción y por un orden social centrado en una idea distinta de justicia distributiva: cada cual da según sus capacidades, y a cada cual se le da según sus necesidades.

La conciencia de clase alude, especialmente, a la necesidad de que la clase obrera, los trabajadores, enajenados de los medios de producción, fueran capaces de organizarse, pero sobre todo concientizarse, haciendo propio el sentir de que su situación era injusta, oprimiéndolos y quitándoles el reconocimiento, la realización y los retornos que merecían en conformidad con la labor que desempeñaban. La necesidad de una conciencia de clase -para Marx- era la necesidad de un discurso común, emanado simplemente de la observación de la realidad cotidiana, que articulara la fuerza de todos los trabajadores, haciéndolos concientes de su condición, y de los ingentes cambios que podrían ocurrir en la sociedad si es que eran capaces de rebelarse contra el status quo.

¿Qué pasaría si hoy existiera una auténtica conciencia de clase?

Entonces se entendería que cada persona es importante, pues es poseedora de derechos y debe realizar ciertos deberes. Se entendería ante todo que es necesario reivindicar situaciones injustas, escandalosas, inadmisibles para una sociedad democrática, constituida por iguales. Se entendería que no todo lo que es, debería necesariamente serlo, permitiendo un cuestionamiento serio a situaciones que a veces se entienden dadas, irreversibles o imposibles de cambiar. Pero ante todo, una conciencia de clase permitiría retomar una lucha de clases, capaz de constatar tensiones y enemigos, concientes de que es necesario y posible producir cambios, y que ello -las más de las veces- implicará que algunas personas o sectores de la sociedad empeoren su condición, en beneficio de un aumento del bienestar de otros.

Sin embargo, el concepto de conciencia de clase claramente está invalidado por varias razones que la historia se ha encargado de exhibir. La lucha armada marxista no parece ser un camino para el entendimiento, y el orden comunista, aunque para muchos es un ideal aún atractivo, ha demostrado ser poco plausible en nuestras sociedades. Lo que se objeta entonces son, principalmente, los fines asociados a la conciencia de clases, más que a ésta en sí.

¿Pero qué pasa entonces si la conciencia de clases existiera pero sus fines fueran otros?

Entonces se entendería que es necesaria la acción voluntaria de cada persona de este mundo para producir un cambio, y que por ende siempre es necesario sumar al de al lado para tener más fuerza; se entendería que cada voto sí importa, pues sino no se vence la apatía y la falta de compromiso con la política y sus instituciones; se entendería que cada acto de solidaridad, por pequeño que fuere, significa un avance que puede terminar siendo una revolución; se entendería que cada católico que estuviera dispuesto a transformar su Iglesia encarna en su acto una actitud que mañana podría significar una transformación; se entendería que cada compromiso personal, por innecesario o menor que parezca, podría detonar un compromiso global, capaz de transformar cualquier situación, por grande que parezca.

Se entendería que cada nueva familia asistente a la asamblea del mes podría significar mayor información para la comunidad; que cada niño adicional que reciba oportunidades educativas complementarias a la enseñanza pública ayudaría a reducir las enormes brechas actuales; que cada proyecto de vivienda realizado, podría ser mañana una transformación en la manera de concebir la política habitacional de un país.

Se entendería que un joven profesional ingresando al sistema político no va a cambiar nada, pero si muchos planificaran un ingreso colectivo los cambios se sentirían, aunque ello demorara. Se entendería que cada profesional que se forma en la universidad pensando en su entorno y en cómo convertir su vocación profesional en una vocación social, unido a otros pares, podrían levantar empresas grandes y justas, empleos dignos y meritocráticos, oportunidades accesibles para todos, e instituciones dinámicas y con movilidad social.

Si hoy se impulsara una nueva conciencia de clase, anclada en los valores de justicia, solidaridad e igualdad social, no existirían los problemas del análisis de Marx y la sociedad capitalista. Sería posible sumar a empresarios, trabajadores, jóvenes y viejos, constituyendo una gran clase con profunda indignación por constatar los escándalos de nuestras sociedades, y una firme conciencia de emprender una lucha que consiga un nuevo orden social. La lucha, por cierto, sería de la misma envergadura que entre el capitalista y el asalariado, pero con fines distintos: sería la lucha contra la codicia, contra los prejuicios, contra la apatía, contra el individualismo, contra la indignidad, contra la ausencia de oportunidades, contra el clasismo, contra la segregación, contra la extrema riqueza, contra el abuso de poder, contra la injusticia.

Bastaría que sólo un puñado de personas compartiera un mismo sueño para que los motivos que podrían impulsar una nueva conciencia de clase perfectamente pudieran germinar. Evidentemente, el sueño de un mejor orden social, como en la mente de Marx, podrá considerarse una absoluta utopía, a la que sin embargo, bajo esta nueva conciencia de clase, sería muy lindo, cada uno desde su distinta posición, caminar.

Jorge Atria



1 comentario:

Miguel Vásquez Parada dijo...

Me parece muy certera esta concepción de la llamada conciencia de clase en nuestros días. Es evidente como la cotidianeidad nos vuelve apáticos y cortoplacistas. Creemos que nuestras acciones no generan mayor cambio;que nuestro lenguaje es netamente descriptivo,que la convivencia política sólo reproduce un bien común determinista,que los llamados a la reflexión son disfrazados en los medios, como monsergas utópicas o tendenciosas. Lo que entendemos por una crítica práctica, y una práctica crítica debemos realizarlo en cada acción, en cada pedazo de nuestra sociedad.Creo que Marx con todo lo que ha pasado puede seguir interprétandose, no como un soñador, ni como un violentista cuyos mensajes pueden demostrar los rasgos más conflictivos de las sociedades humana. Simplemente las desiguales condiciones de las cuáles nos cuesta tanto eludir,convergen en un mundo lleno de posibilidades de cambio.No satanizándolo como muchos intentan día a día, pero tampoco aceptando rajatabla todos sus postulados. En su justa medida,podemos seguir comprobando su vigencia.