lunes, 19 de mayo de 2008

Como hermanos...

Muchas veces he escuchado decir que UTPCH se ha hecho “especialista” en campamentos. Nuestra experiencia al lado de los más pobres nos ha hecho conocer no sólo sus problemas y necesidades más urgentes sino también todo lo que tienen que aportar a la sociedad en la que vivimos, sus potencialidades. Hemos entrado en sus casas y algunos somos casi parte de sus familias. Más de una vez nos hemos sorprendido compartiendo nuestros propios problemas y logros. Al parecer, nos involucramos en todo, compartimos la vida. Pero hay algo de lo que no nos atrevemos a hablar, algo que muchas veces evadimos y no compartimos: la experiencia de fe.
Cualquier persona que sienta dentro de sí la necesidad de Dios, de encontrar más allá de su propia individualidad un sentido para su existencia, debiese tener la posibilidad de hacerlo. En este sentido, las Iglesias de los más diversos credos debiesen ser un medio para encauzar esta ansia, para compartir la propia experiencia de Dios con una comunidad. En los campamentos me he encontrado muchas veces con experiencias de fe que sorprenden: personas que por su situación de total postergación y pobreza confían toda su vida a Dios con sencillez; dirigentes de campamentos que se desviven por su comunidad con la convicción de que sus vecinos son sus hermanos, iguales y dignos por ser hijos de Dios; gente que a pesar de carecer de todo, ve la vida como un regalo que se le entrega desde lo alto. Pero así como he sido testigo de estas vivencias profundas de Dios también he visto con frecuencia la total desvalorización de estas experiencias de parte de los mismos cristianos que se agrupan en distintas iglesias. En el caso de la Iglesia Católica esta situación se vuelve muchas veces vergonzosa. A veces la gente de los campamentos no se acerca a sus parroquias porque se siente discriminada por los otros feligreses o por el mismo párroco, que desconoce la existencia de un campamento que queda a menos de dos cuadras de la capilla que administra. Otros se quedan sin la oportunidad de bautizar a sus hijos por no estar casados por la Iglesia, ser separados o convivir. Muchos simplemente no tienen la opción de ir a misa los domingos porque no hay sacerdote: cuando en el barrio alto encontramos misas y sacerdotes a todas horas y para todos los gustos, en los campamentos y los barrios populares muchas veces faltan curas y recursos. La solidaridad de los más pobres, la caridad que ellos ejercen, no es reconocida por nadie: son actos cotidianos que se realizan sin estrategias de marketing, sin presencia pública, sin gloria.
Lamentablemente, la Iglesia en muchos casos reproduce en su interior las mismas desigualdades escandalosas que vemos en nuestro país a nivel socioeconómico. Los campamentos también se encuentran excluidos de las redes formales de Iglesia, ven desvalorizadas sus propias experiencias de fe, truncada su posibilidad de compartir a Dios con el resto de la sociedad, excluidos de una Iglesia que por opción del mismo Dios, que se encarnó en Jesús, debiese ser de ellos. En este contexto se vuelve urgente abrir espacios entre los más pobres para compartir la experiencia de Dios y crecer en ella. Una Iglesia que no se abre a la presencia de Dios en los más pobres, que no incluye su espiritualidad y se alimenta de ella no es una auténtica comunidad inspirada en la persona de Jesús.
La relación que, como UTPCH, hemos entablado después de más de 10 años compartiendo con la gente de los campamentos nos permite hoy aportar en algo para ser más fieles a Jesús. La Iglesia no es responsabilidad exclusiva de curas y monjas sino de todo aquel que entiende su vida a partir de Cristo. En este sentido las Comunidades Cristianas de Base se instalan en los campamentos como ese espacio privilegiado que nos permite, tanto a voluntarios y profesionales de la oficina, como a pobladores de campamentos, hacer cuerpo en torno a nuestra fe. Siguiendo las directrices que la misma Iglesia nos entrega, adaptamos el modelo de las Comunidades Eclesiales de Base a la realidad de los campamentos y nos sumamos a aquellos que con cariño, entrega y humildad se mueven día a día por convertir a la comunidad cristiana en un espacio cada vez más fiel a ese Jesús que vivió entre los más pobres.
En contra de la tendencia general de nuestra sociedad, que relega lo religioso al ámbito exclusivamente privado, nos atrevemos a defender la dimensión comunitaria de la fe. En contra de una Iglesia que tiende a quedarse encerrada en sus catedrales a la espera de los fieles, nos atrevemos a salir de esos muros y hablar de Dios en medio de nuestras vidas cotidianas, dentro del hogar de un campamento, en lugares de nuestra ciudad que aparentemente funcionan “sin Dios ni ley”. En contra de un acercamiento paternalista a los más pobres, que busca “adoctrinar”, nosotros queremos compartir –como hermanos–, con aquellos que nos enseñan que Dios es un Padre que no hace distinción de clases en el cariño a sus hijos.

Soledad Del Villar
Lunes 19 de mayo de 2008

2 comentarios:

Juan de Dios Oyarzún dijo...

Me parece buenísimo el artículo, se agradece que existan espacios para debatir y expresar ideas y opiniones que vinculen proyectos de vida, visiones de la sociedad, de cómo ir creando comunidad dentro de nuestra ciudad. Me parece que la Comunidades Cristianas de Base son un espacio pequeño y sencillo de vivir la fe, de compartir la vida, de seguir y acercarse a los secretos del Evangelio. Puede que en esa conversación semanal, en que se pone sobre la mesa común la vida de cada uno, nuestras historias, aparezca ese encuentro que buscamos, una posibilidad de romper con las distancias y desconfianzas de clases sociales y barrios, una historia de desilusiones que se han ido sucediendo en la historia, la historia que también vivimos y construimos.
Vuelvo a agradecer esta instancia de compartir, me parece una muy buena iniciativa, y ahora a adentrarse en la experiencia y ver que pasa...

Nicolás Z. dijo...

Que tal todos, me parecio que en el texto se hizo una generalición apresurada, yo soy miembro de una parroquia que pertenece a una comunidad muy activa, sobre un población sencilla, tratamos como iglesia llegar hasta la persona que vive en la casa de la carretera, entre los huertos, entre las colinas, ir más alla de lo que vemos, caminar hasta donde los caminos terminan. Tal como hay malos o buenos productos tambiem hay malas o buenas comunidades. Decir que toda la iglesia es de tal manera, es un errorcillo, por lo menos en mi parroquia se trata de misionar hasta no poder