martes, 3 de julio de 2007

Lo que queda pendiente

Es increíble observar alrededor y encontrar tanta diversidad de historias, de ideas, de realidades; tantos sucesos que se van entrecruzando y dan vida a un mundo singular, particular para cada uno desde el acervo común de símbolos, proyecciones, pasados recordados y olvidados. Un presente sobrecogedor a los ojos del más impávido.
En todo esto pienso cuando visito un campamento. Traigo a la mente esa sociedad compuesta de tantos significados distintos, que nos va configurando y determinando, van definiendo nuestro destino y lo determinan a su antojo. Pero en eso surge nuestra autodeterminación, nuestra libertad que puede hacer cambiar ese destino.
Es cierto que existe toda una estructura de oportunidades que favorece a unos en desmedro de los otros. La posición en esta maraña determina el acceso a activos económicos, culturales y sociales, entre otros, que permiten alcanzar cierto nivel de bienestar, de vida. Por otro lado, existen motivaciones, expectativas, patrones culturales y sociales, que otorgan significados a la realidad, y de los cuales es difícil desprenderse para ser capaz de ver lo que nosotros, los privilegiados en esta estructura, estamos observando y alcanzando.
Así aparece ante nuestros ojos un concepto que utilizamos frecuentemente: la justicia. Tanto sufrimiento, esfuerzos sin recompensas, precariedad. Es cierto que la sociedad está configurada de tal manera que para algunos el acceso a las oportunidades es tremendamente fácil en comparación a otros que están a la deriva de atraparlas, si es que llegan a vislumbrarse.
Es para todos evidente que esta situación denota injusticia, porque algunos
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no pueden acceder a cierto nivel de bienestar; porque algunos no pueden tener
ciertos bienes, un nivel de educación decente, acceso a computadores, conocimientos para acceder a un trabajo digno. Hay muchos asuntos pendientes y que están en nuestras manos revertir.
Sin embargo, a los más pobres se les quita su humanidad no sólo por su acceso restringido a lo que todos entendemos por bienestar, sino por la falta de libertad. ¡Y eso también es injusticia! Muchas familias sumidas en la pobreza han logrado comprender que está en ellos la posibilidad de no sucumbirse en la precariedad, con motivación, con esperanza. Pero la mayor parte se encuentran encerrados en su mundo, enclaustrados en un círculo del cual no saben salir, y pierden las esperanzas, las ganas de salir adelante.
Hay que reconocer que se están realizando numerosos esfuerzos a través de las políticas sociales, en habilitación social y ayuda material. Sin embargo, lo que ha quedado en suspenso es humanizar, volver la esperanza perdida y amar profundamente. Es difícil la tarea, y más aún en un mundo carente de vínculos que lo ha “tecnificado” todo. Por eso, es urgente devolver el alma a aquello que realizamos, para no desvincularnos de lo más importante, del otro. De este modo, se hace evidente que no podemos regular todas las relaciones humanas con la medida de la justicia. Como dice San Alberto Hurtado, “nos urge a hacer efectivo este amor con obras de justicia primero, pero de justicia superada y coronada por la caridad”.
Aprovechemos este impulso para ir en favor de los más pobres, humanizando a través del optimismo de la esperanza.

Por Loreto Ortúzar
Martes 2 de julio de 2007

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