lunes, 11 de junio de 2007

Sociedades Melancólicas

A través de la Columna de Opinión se busca fomentar la reflexión desde Un Techo para Chile. Cada semana hay un encargado de escribir acerca de un tema de interés nacional y que se relacione con nuestras inquietudes.
Éste no necesariamente representa la opinión de todos los que aquí trabajamos.

Muchas palabras he aprendido de aquí a un tiempo, sin duda tengo razones para olvidar algunas, como también algunas tendrán razones para acompañarme hasta que mi memoria se apague. Algunas palabras son como las canciones, evocan tiempos lejanos añorados por ser mejores. En estos tiempos -según dicen- donde no existe el tiempo ni el lugar padecemos y parecemos estar en un constante estado de melancolía.
La palabra melancolía según entendían los griegos designa un humor negro (melanjolía). Está formada por melan (mélan), que significa negro, más colh (jolé), que significa bilis, hiel.
La melancolía puede leerse como una reacción a la pérdida del objeto. El melancólico no puede resolver la pérdida, no puede simbolizarla. Se aferra al objeto perdido. Lo idealiza y vuelve inalcanzable, lo sublima, lo recrea en el recuerdo vívido. Tanto lo añora y extraña que sufre y se castiga porque sabe que no volverá (aquellos años felices). Desde esta perspectiva siempre necesitamos un hecho traumático que nos abandone a la melancolía, sin embargo, se debe tener en cuenta que somos melancólicos desde antes de la pérdida. La pérdida detona la pena, el dolor y la caída. Con todo, la melancolía nunca tuvo objeto que perder sino más bien un ideal que alcanzar. La paradoja es entonces que alcanzarlo implica perderlo.
Generalmente nos planteamos sueños y metas. Desde pequeños nos vemos obligados a correr la carrera. Algunos quieren ser los mejores y usan todas sus armas para lograrlo, muchos prefieren la medianía y otros tantos prefieren ver cómo las cosas simplemente pasan. Las metas y sueños a veces se vuelven más difusos y difíciles de alcanzar. Lo preocupante es que lo que alcanzamos sigue siendo insuficiente, y sumando y restando termina perdiendo crédito.
La mayoría de las personas que viven en campamento (como todas otras aquellas que no) abrigan sueños y esperanzas en torno a un bienestar común o individual. También extienden lazos de amistad, colaboración, compañerismo y muchos más. Sus lazos se vuelven más fuertes cuando encuentran un objetivo que pueden compartir, ello se cristaliza en “Sueño para todos”, “Todos juntos por un Sueño”. Sin embargo en algunos casos encontramos que estos lazos se debilitan cuando “el sueño” –la vivienda definitiva- es alcanzado. La vida se vuelve más individual, se privatiza. El espacio común compartido que los relacionaba de una forma concreta ya no está más, se ha perdido. La relación ha cambiado de estatuto. El cambio puede resultar traumático, es por esto que en mi opinión, vemos que es necesario lograr el sueño, pero al mismo tiempo vemos que es necesario fortalecer los lazos para que éste no quede en el vacío.
“Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido…Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. (Pablo Neruda, poema 20).



Por Claudia Pérez
Lunes 11 de junio de 2007

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