lunes, 2 de abril de 2007

Una oferta irresistible

Hay muchos tipos de pobreza. La pobreza material, que es la carencia de elementos básicos para poder vivir, es a juicio de muchos, la más dura. Sin embargo, el tema central de este artículo es esa otra pobreza, su hermana intangible: la pobreza espiritual.

En la serie de ensayos denominada “La Era del Vacío, Ensayos sobre el Individualismo Contemporáneo”, Gilles Lipovetsky nos muestra el mundo en el postmodernismo. Esta época se definiría según este autor por un marcado narcisismo, o sea, un egoísmo exacerbado, produciéndose un quiebre entre aquella época llamada “de las grandes revoluciones” que movían muchedumbres a mediados del siglo XX y este nuevo mundo que se relaciona a niveles micro. Porque hoy todo importa. Hay cremas para las espinillas de la cara, para las arrugas de las rodillas, para la frente; hay 80 disciplinas deportivas diferentes; están las asociaciones de padres de homosexuales, de homosexuales, y de hijos de homosexuales, etc.

De este modo, el consumismo exacerbado en todos los aspectos de la vida se toma nuestras conciencias. Prácticamente estamos –en eso sí- a nivel de países desarrollados. Seguimos la moda, compramos el último –y más caro- celular, probamos la comida árabe y la fusión… en fin, nos metemos en un mundo de plástico, fabricado de sueños y nos dejamos atrapar por él. Pero hay
un pequeño, pequeño problema: que no todo el mundo, por lo menos en este país, puede vivir ese sueño prefabricado de chocolate suizo y plástico taiwanés. Y nosotros sabemos eso mejor que nadie, mejor que otros. Hay un grupo, ya no pequeño, sino que bastante significativo, de gente que ni siquiera se da el “gusto” de escoger el café que compra. Porque no tiene plata para comprar.

Increíble que este tema de la pobreza espiritual, del narcisismo, finalmente nos lleve a la pobreza física. Y es que algo pasa. Algo pasa que la gente tiene tanta hambre de consumo. A lo mejor no son felices. A lo mejor se sienten vacíos, ya que el postmodernismo se caracteriza por ser una era carente de sentido; los simbolismos ya no importan. La religión se deja de lado. Pero no va a ser todo crítica, en espera de un cambio súbito. Un Techo para Chile es un paso adelante. Les aseguro que los que se preocupan por el prójimo, por los otros, por los excluidos, dejan de sentir ese vacío narcisista, y logran encontrarle el sentido a la vida, ayudando a los demás. Entonces ¿qué esperamos? Demos la receta de nuestra felicidad al resto del mundo. Invitémoslos a participar de esta fundación. No se van a arrepentir. Es una oferta irresistible…


Por Ruth Fernández
Lunes 2 de abril de 2007

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