lunes, 9 de agosto de 2010

El Chile que teníamos antes del terremoto

Los resultados de la última Encuesta de Caracterización Socioeconómica (CASEN) han provocado gran alarma pública ya que nos mostraron cómo en el último tiempo, el número de pobres e indigentes aumentó. Es importante señalar que los datos entregados nos muestran una fotografía del país tomada con anterioridad al terremoto. Algunos se alarman sólo con ver estos números y otros se encuentran impacientes esperando los datos de una segunda sección de la encuesta, aplicada en las regiones afectadas por el terremoto: no es difícil prever un panorama mucho más desolador aún.

El terremoto y maremoto que azotaron a nuestro país en febrero de este año no sólo acabaron con caletas, centros históricos, caminos y viviendas, sino que removieron las bases de un país que creíamos, ya estaba desarrollado. El país que mucho tiempo creímos tener era un Chile que avanzaba rápido, siguiendo el ejemplo de los grandes. Era un Chile en el que año a año se restaban pobres y problemas. Todo mejoraba, a veces más lento de lo que esperábamos, pero mejoraba. Probablemente este optimismo de un crecimiento constante nos hizo olvidar la gravedad de algunos problemas, que marcaban la vida de muchos, y que por alguna extraña razón habían dejado de ser materia de discusión pública. En el Chile pre terremoto, muchos chilenos lo pasaban mal.

Para medir el efecto real del terremoto y maremoto en las familias, es importante realizar una lectura cuidadosa de los datos, y por tanto, cobra relevancia saber cómo vivían los chilenos antes del terremoto. Con este fin, a partir de los datos de la CASEN 2009, se han creado dos índices, que resumen la calidad y el tipo de viviendas en nuestro país.

El primero es el índice de materialidad de la vivienda, construido a partir de información respecto de los materiales predominantes en muros, techo y pisos de las viviendas, los que se clasifican de aceptable, recuperable e irrecuperable; siendo irrecuperables aquellas viviendas que presentan a lo menos una de las siguientes características: muros o techo de material de desecho (latas y/o cartones) o bien, piso de tierra.

Un segundo índice que aporta información valiosa es el índice de tipo de vivienda, que se utiliza, entre otras cosas, para el cálculo del déficit habitacional. De acuerdo a las categorías de vivienda de la CASEN, son aceptables las casas, casas en cité, casa en condominio departamento y pieza en casa antigua o conventillo e irrecuperables o no definitivas las mediaguas, mejoras, rancho, chozas, ruca, carpa, y/o vagón.

Según los datos de la CASEN 2009, para 113.153 chilenos la materialidad de su vivienda es irrecuperable y 83.478 habitan en una vivienda que puede calificarse como no definitiva. A nivel regional, podemos conocer la necesidad de vivienda en las regiones afectadas por el terremoto, antes del desastre. En la Región de O´Higgins, más de 15.000 chilenos vivían en una casa irrecuperable y más de 83000 lo hacían en viviendas de tipo no definitivo. En la Región del Maule, la situación no era mucho mejor: más de 21.900 personas ya tenían una casa de materialidad irrecuperable. En la Región del Bio Bio, la vivienda de 15.000 personas era irrecuperable incluso antes de la catástrofe .

La anterior es la realidad nacional respecto de la calidad de las viviendas en que vivía gran número de chilenos. Probablemente, en la actualidad, y con un terremoto y maremoto de por medio, la mayoría de ellos continúe viviendo de la misma forma o incluso peor. Dada la extensión y fuerza del terremoto, es de esperar que en una medición posterior, estos números se eleven, siendo casi imposible prever su magnitud.

Un Techo para Chile ha trabajado desde hace más de 10 años con las familias de campamentos. Nuestro foco han sido siempre las familias que incluso sin sufrir un terremoto, sufren diariamente con la dureza de la exclusión, la falta de oportunidades y la desesperanza. Como institución, no podemos sino alarmarnos con estos números. Es cierto que las imágenes y testimonios del terremoto son desgarradores, pero esto no puede cegarnos la vista frente a los que “siempre han vivido en emergencia”. Tal como los números de pobres e indigentes aumentaron, muy probablemente también lo haga el desempleo, la inestabilidad económica, la vulnerabilidad y los problemas en atenciones de salud. Las familias de campamentos tampoco están exentas de estos problemas.

No podemos esperar a que los medios publiquen con alarma el increíble aumento de viviendas irrecuperables, para impresionarnos y levantar la voz. Al conocer las cifras antes expuestas, nos damos cuenta que no debieran ser necesarios terremotos para volcar la vista a los problemas que viven día a día miles de chilenos. Más aún, que no podemos “echarle la culpa” al terremoto por las deudas en materia de vivienda que nuestro país ya había contraído antes de la catástrofe. Estas familias siguen esperando, y lo seguirán haciendo si no somos nosotros quienes los pongamos en el centro de la atención.

Isabel Contrucci H.

lunes, 2 de agosto de 2010

¿CARIDAD O JUSTICIA?

Los resultados de la última encuesta CASEN 2009, revelaron un aumento en los principales índices de desigualdad. Mientras en la medición de 2006, la razón entre el ingreso autónomo del 10% más rico y el 10% más pobre de la población (índice 10/10) era de 31.3 veces, en la última versión de la encuesta este índice aumentó a 46.2 veces alcanzando su nivel más alto desde 1990.

Las causas detrás de la desigualdad del ingreso son y han sido siempre motivo de discusión. Ahora bien, la magnitud sin precedentes del último aumento en los índices de desigualdad, nos obliga a buscar causas también sin precedentes, con lo que la crisis internacional de 2009 aparece como la explicación más razonable. Las crisis económicas – y esto ha sido más que estudiado – suelen golpear más fuerte a los pobres que a los ricos y aparentemente la última crisis no fue la excepción.

El aumento en los índices de desigualdad ha sido interpretado por algunos como el reflejo del fracaso del sistema de protección social impulsado por el último gobierno. La observación cuidadosa de los mismos datos que entrega la encuesta CASEN 2009 desmiente esta última interpretación. Si en lugar de mirar el ingreso autónomo de los hogares observamos el ingreso monetario total, que considera impuestos y transferencias del estado, el índice 10/10 de 2009 baja de 46,2 veces a 25,9 veces (ver gráfico). Si bien esto representa también un aumento respecto de la medición de 2006, este aumento es considerablemente menor que para el ingreso autónomo. ¿Qué quiere decir esto?. Justamente, que la red de protección social está operando y que evitó que la crisis económica resultara en un aumento mayor de la desigualdad. Más aún, la comparación entre la evolución de los índices 10/10 de ingreso autónomo e ingreso monetario, muestra que nunca antes había existido una redistribución de ingresos tan grande entre el decil más rico y el decil más pobre. Esto podría explicar al menos en parte la alta popularidad con que la ex-presidenta Bachellet dejó el gobierno.

Lo anterior no significa, sin embargo, que sólo debiéramos preocuparnos por los niveles de desigualdad del ingreso monetario y no del ingreso autónomo. Muy por el contrario. La desigualdad del ingreso autónomo no ha disminuido en los últimos 20 años y eso es grave. Conformarnos con esta realidad y descansar en que la política redistributiva la atenúe es equivalente a la postura fatalista que ve a la pobreza como algo irremediable y a la caridad como la única respuesta posible ante ella. Por el contrario, reconocer que la desigualdad del ingreso autónomo responde a estructuras sociales que desconocen la igual dignidad de todas las personas, nos obliga a trabajar por la justicia.

En el mes de agosto que comienza, conmemoramos la vida de San Alberto Hurtado, quien nos recuerda que la caridad comienza donde termina la justicia. Dejemos entonces de aplaudirnos por los avances en materia de protección social y enfrentemos con decisión las causas últimas de la desigualdad. La clave a estas alturas es conocida por todos: debemos reformar un sistema educacional que no hace más que reproducir las profundas desigualdades que, una vez más, vino a recordarnos la última encuesta CASEN.

Juan José Matta

lunes, 26 de julio de 2010

Pobreza: no más campamentos

Asombra que, pese a que más del 15% de la población no alcanza lo mínimo para vivir, el esfuerzo que debe hacer el país para cambiar esa situación parece realmente ínfimo. ¿Cuánto cuesta sacar a todas esas familias de la situación de pobreza? Menos del 1% del PIB. La brecha de pobreza -el porcentaje del PIB que representa la suma de ingresos que requiere ese 15% más pobre para alcanzar el consumo de dos canastas básicas- no supera el 1% en Chile desde 1996. ¿Por qué no se ha hecho algo decisivo por acabar con la pobreza?

La complejidad del fenómeno exige una postura mucho más audaz que la mera transferencia de recursos de parte del Estado. El ingreso familiar ético es un buen avance, pero en ningún caso debiese ser la meta. Como vemos a diario en los campamentos, pasar por una situación de pobreza no sólo implica no contar con los ingresos básicos para vivir, sino que lleva aparejado muchas veces que los hijos pueden acceder sólo a colegios de pésima calidad; enfrentar una enfermedad con total incertidumbre respecto del trato y atención en los hospitales; no tener ninguna posibilidad de entender cómo funciona la justicia si alguien les pasa a llevar algún derecho; vivir en una comuna pobre rodeado de personas que tienen un horizonte tan limitado como el propio y, lo más dramático, sufrir la discriminación que hace casi imposible acceder a un buen empleo que permita crecer o levantarse por sí mismo.
Pese a que en Chile hemos avanzado muchísimo en los últimos 20 años, los recientes resultados de la Encuesta Casen exigen esfuerzos innovadores y sustentables para adelante. Los siguientes pasos requieren esfuerzos adicionales para identificar con exactitud a las personas en estado de pobreza. Una de las "trampas" de este fenómeno es que muchas veces se esconde tras conductas de informalidad y en espacios físicos marginales. Por eso debemos ir más allá de las políticas de transferencias, hacia la garantía de derechos reales a todos, desde programas orientados a los más pobres a políticas que exijan y promuevan la participación y protagonismo de los mismos beneficiarios, hasta lograr mejoras efectivas en su calidad de vida.

Un ejemplo es la meta que hemos escuchado a gobiernos de todos los sectores sobre el término de los campamentos. He ahí un foco claro de trabajo que significará un avance fundamental en la lucha contra la pobreza y podríamos ser el primer país de América Latina que lo logra. Para eso, este año se requieren cuatro cosas fundamentales: una autoridad presidencial que resuelva los títulos de dominio y urbanización de lugares emblemáticos de tomas de terreno como Valparaíso, Lota y Alto Hospicio; que se garanticen los subsidios de los proyectos en desarrollo en todo el país; que se promueva la organización de quienes aún viven en campamentos y están agrupados en comités y, por sobre todo, coraje para no temer enemistarse con algunos privados que impidan una buena localización de los conjuntos de vivienda social al interior de cada ciudad.

Hoy más que nunca está todo dispuesto para que esto ocurra. Seguir postergando esta meta será sólo un tema de voluntad o de falta de ésta. Los voluntarios de Un Techo para Chile, junto a las miles de familias de campamentos y sus dirigentes estaremos exigiendo que no dejemos atrás este desafío, cuyas complejidades no son una excusa para seguir postergando esta deuda, sino una oportunidad para construir un país de oportunidades, con derechos sociales garantizados y una mejor calidad de vida para todos.


Por Patricio Domínguez
Publicado en Diario La Tercera 20/07/2010

viernes, 9 de julio de 2010

Vivir en Lo Espejo, vivir en Vitacura

Una de las características de la Región Metropolitana es lo que se ha denominado el “cono de alta renta”, sector que concentra mayoritariamente los recursos económicos de la ciudad, y por ende, margina a una parte importante de sus habitantes. Al parecer, como en muchas otras dimensiones, las probabilidades de acceder a servicios y oportunidades se delimitan por el lugar de residencia. Es así como la comuna donde uno vive permite saber de una manera, en general certera, la posición social de las personas. En el “cono de alta renta” se concentra el porcentaje más rico de la ciudad y se concentran los mejores equipamientos y servicios, porque la libertad de mercado lo dice así.

Este “cono de alta renta” permite múltiples lecturas, una de ellas es la comparación de habitantes de la ciudad en comunas dentro y fuera de él. Así, se evidencia no sólo la desigual distribución de la población, sino que las probabilidades de acceder a servicios y oportunidades de acuerdo al lugar donde se vive.

Vitacura es una de las comunas más ricas de Santiago, Lo Espejo es una de las comunas más pobres. Vitacura colinda con Las Condes, Providencia y Lo Barnechea, las otras comunas más ricas de la región y que comparten este “cono de alta renta”, y por tanto, comparten un acceso a bienes y servicios de calidad. Lo Espejo colinda con San Bernardo, La Cisterna, Pedro Aguirre Cerda y Cerrillos, comunas con índices de pobreza similar.

Según datos de la encuesta CASEN 2006, en Vitacura hay 20.368 hogares y la población pobre no supera el 1%. En Lo Espejo, hay 25.912 hogares y la población pobre supera el 15%. El ingreso autónomo (sin transferencias del Estado) de los hogares de Vitacura es de $3.120.749, en Lo Espejo es de $414.210 pesos; pero en ambas comunas los tamaños de los hogares son similares (aproximadamente 4 integrantes promedio por hogar).

La escolaridad promedio del jefe de hogar es de 9 años para Lo Espejo y de 16 años para Vitacura. En Vitacura hay más niños que asisten a educación pre básica, básica y media, y aún cuando las cifras no son tan distantes, llama la atención el acceso a la educación superior: sólo 2 de cada 10 jóvenes en Lo Espejo y 8 de cada 10 jóvenes en Vitacura. Un 82% accede al sistema de salud público en Lo Espejo, y sólo un 17% lo hace en Vitacura.
En Vitacura hay menos hacinamiento (prácticamente inexistente) y más hogares propietarios de las viviendas y menor tasa de desocupación que en Lo Espejo.

En Vitacura hay 11.69 metros cuadrados de áreas verdes por habitantes, en Lo Espejo hay 0.78, según datos de la CONAMA. Según estimaciones del INE para este año en Vitacura habrá 80.127 habitantes y en Lo Espejo 100.603. Vitacura tiene la menor densidad promedio por habitantes por hectárea de la región (25 habitantes por hectárea). Lo Espejo tiene una densidad de más de 220 habitantes por hectárea.

Y así podríamos seguir, pero uno de los puntos más relevantes de esta comparación es que hoy en día las teorías sociales hablan de la creciente demanda de los habitantes de la ciudad de participar activamente en las decisiones que se toman en sus barrios. Y qué pasa en Vitacura: sus habitantes hacen un plebiscito para no aumentar la densidad de la población y no permitir que más personas vivan ahí; pero que pasa en Lo Espejo: sus habitantes no toman la decisión de instalar o no un gigante edificio municipal al frente de una de las poblaciones más densamente pobladas de la comuna, tampoco deciden si es que quieren ampliar sus casas porque sus habitaciones disponibles no dan para más. Tampoco deciden a qué universidad ir o en qué hospital atenderse.

Dime dónde vives y te diré quién eres. Esperemos que el nuevo gobierno no sólo utilice sus criterios de eficiencia para agilizar el sistema público, sino que se enfoque en las necesidades reales de la gente, para que vivir en una comuna no establezca el nivel de decisión que tienen sus habitantes sobre dicha comuna, y para que el acceso a la ciudad no sólo se base en competencias, sino que también en una construcción conjunta de los espacios donde queremos vivir.

La desigualdad está presente en diversos ámbitos de la sociedad, el lugar donde uno vive determina el futuro de las familias. Es así como por ejemplo, la idea de los semáforos escolares en la medición del Simce no reflejan otra cosa que la composición socioeconómica de las comunas. Desde ya podríamos decir que en Lo Espejo serán rojos y en Vitacura serán verdes. Las familias de Lo Espejo no tendrán mucho donde elegir, el criterio de selección de un colegio no puede basarse en un indicador que refleja fielmente la desigualdad. Si vivir en la ciudad significa moverse en un lugar determinado, tomar decisiones informadas es distinto en el lugar donde uno está parado. Ojalá que vivir en Lo Espejo o vivir en Vitacura no marque las pautas de cómo nos hacemos parte de la ciudad ni de cómo tomamos las decisiones de cómo educar. Segregar es dejar aparte a quienes no tienen posibilidad de optar por buenos colegios, y así se puede repetir en los distintos servicios de la sociedad. Ojalá la probabilidad de nacer o no en un “cono de alta renta” deje de ser el criterio que fije las formas en que nos hacemos parte de la ciudad.

Javiera Pizarro G.

lunes, 26 de abril de 2010

Andrés Barrios responde a la siguiente pregunta ¿Qué tipo de educación queremos promover en Chile?

El próximo sábado 1 de Mayo celebraremos una vez más el día del trabajador. Esta fecha en la que conmemoraremos los trágicos hechos ocurridos en 1886 en la ciudad de Chicago, será también una nueva oportunidad para reflexionar sobre como acogemos en nuestra sociedad a los trabajadores y sus preocupaciones.

El ejemplo dado por los obreros de Chicago 124 años atrás, ha inspirado a otros como ellos a luchar por la reivindicación de sus derechos. Ello ha significado que hoy en día los trabajadores tengan jornadas laborales más justas, derecho a vacaciones, un salario mínimo y organismos estatales que los protegen. Además, pueden agruparse en sindicatos, tienen derecho a realizar huelgas y existen leyes que protegen a los líderes sindicales. Sin embargo, es evidente que aún queda mucho camino por recorrer. En primer lugar es fundamental poder garantizar que los derechos ya reivindicados sean respetados en la práctica, pues los esfuerzos que ciertos grupos hacen por eludirlos son francamente vergonzosos. Además, es importante que muchos de ellos sigan profundizándose, para lo que es importante mantener abierto un dialogo honesto y horizontal entre los distintos actores sociales. Es justamente en este contexto donde tiene sentido preguntarnos qué tipo de educación queremos promover en nuestro país.

Tradicionalmente la educación ha sido entendida como un proceso de transferencia de conocimientos desde el educador a los educandos, quienes bajo esta perspectiva son reducidos a simples espectadores. Esta forma de entender la educación no respeta la naturaleza ni la historia de los educandos y más que fomentar el aprendizaje y el dialogo, los coarta. Tal como sostiene Paulo Freire en la Pedagogía de la Autonomía,

“El profesor que menosprecia la curiosidad del educando, su gusto estético, su inquietud, su lenguaje, más precisamente su sintaxis y su prosodia; el profesor que trata con ironía al alumno, que lo minimiza, que lo manda a “ponerse en su lugar” al más leve indicio de su rebeldía legítima (…) transgrede los principios fundamentalmente éticos de nuestra existencia”.

Un modelo educativo que ignore los conocimientos y la cultura que como personas adquirimos en nuestras experiencias de vida y que no genere espacios para cuestionarlos, no es en realidad un modelo educativo, sino que más bien un modelo de adiestramiento.

La verdadera educación no consiste en transferir conocimientos, sino que en crear las posibilidades para su propia producción o construcción. Entender así la educación, nos permite salir de las fronteras del aula y asumir el proceso educativo como un proceso vivo que se da en cada momento y del que el educando es el principal protagonista. Sin embargo, entender la educación de este modo implica romper con ciertas prácticas e ideologías que se encuentran muy arraigadas en nuestra cultura.

En primer lugar es fundamental modificar la cultura de la sala de clases. Una clase en la que el educador toma un papel autoritario e impide con ello que los educandos ejerciten su curiosidad no tiene ningún sentido. Además, al exponer a los educandos constantemente a experiencias educativas que sigan esta estructura se termina por coartar su desarrollo como persona y en vez de individuos curiosos y pensantes, se termina formando a individuos incapaces de cuestionarse y que terminan comportándose de acuerdo al adiestramiento al que han sido expuestos. Por ello es tan importante generar este cambio. Debemos ser capaces de reconocer que al enseñar, aprendemos y que al aprender enseñamos. Esto hace que las relaciones educativas se vuelvan mucho más horizontales, logrando con ello el surgimiento de una cultura de dialogo abierto, en el que todos se sienten capaces de defender sus puntos de vista, manteniendo además una apertura constante a aprender del otro. Esto abre además muchas exigencias a los educadores, pues además de mantener una actitud de apertura permanente, es necesario que sean coherentes con su discurso, que también muestren sus puntos de vista y que ante los cuestionamientos que planteen, tomen acciones para generar los cambios con que sueña.

Es claro que algunos cambios en esta dirección ya han empezado a darse. Sin embargo, es necesario que estos se profundicen y lleguen a toda la sociedad. Actualmente, los colegios particulares han adoptado muchos de estos conceptos. Los jóvenes que pueden asistir a este tipo de establecimientos, reciben una educación que los llama a participar, a opinar y a cuestionar lo que se enseña (con la excepción de algunos temas, como por ejemplo la religión). Por otro lado, quienes asisten a colegios municipales, reciben en general una educación de carácter más autoritario y en vez de formar a estudiantes seguros de sí mismos y cuestionadores de la realidad, se crean sujetos para que acepten lo que les toca vivir sin grandes reparos. Mientras por un lado formamos líderes, por otro formamos a sus seguidores. Esto debe ser cambiado si queremos tener una sociedad que respete los derechos de todos.

Es importante también marcar la diferencia entre educación y lo que podríamos llamar “tallerismo”. La educación no sólo se da en la sala de clases, o en una instancia formal. La educación es un proceso constante, que se da en todo minuto. La experiencia del día a día es una fuente enorme de conocimiento desde donde es posible construir mucho más. Es fundamental que estemos consientes de nuestro rol de educadores y educandos permanentes, para asumir de esta forma la responsabilidad que esto significa.

Sólo una educación de este tipo hará posible que seamos una sociedad justa y equitativa de la que todos nos sintamos parte. Sólo una educación que apunte en este sentido permitirá que los trabajadores y otros grupos que de alguna u otra forma han sido marginados, entablen un dialogo de igual a igual con el resto de la sociedad para garantizar el respeto de sus derechos. ¡No tengamos miedo a cuestionar las estructuras, no tengamos miedo pensar!