lunes, 19 de enero de 2009

Los signos de los tiempos

A riesgo de cometer alguna herejía y pasar a llevar algún documento del magisterio me arriesgo a plantear que la tradición cristiana está marcada por dos grandes misterios: la encarnación y la resurrección de Jesús. El primero hace alusión a la irrupción de Dios en medio de la historia y la forma que adoptó para ello. La segunda, a la manera en que Jesús superó el gran drama de la historia humana, la muerte. Ambos hechos analizados conjuntamente, nos llevan a pensar que Dios no sólo irrumpió en la historia del hombre una vez, sino que lo sigue haciendo, sigue adoptando formas humanas, sigue encarnándose haciéndose presente en las penas y alegrías del hombre.

¿Qué significa esta realidad para América Latina? Sin duda, el llamado a saber "escrutar los signos de los tiempos" del Concilio Vaticano II (1962-1965) desencadenó la necesidad de elaborar un discurso propio sobre la experiencia de Dios en América Latina que devino en una nueva teología: la teología de la liberación. ¿Cómo hablar de Dios (amor) en un continente con tanto sufrimiento? ¿Cuál es la buena noticia en este continente? Así, la elaboración de una reflexión propia sobre la experiencia de Dios hizo inevitable desconocer la irrupción del pobre como "el hecho mayor de la época y de la realidad latinoamericana".

"No se puede amar a los pobres si no aborrecemos la pobreza" decía Ricoeur. Genuinamente la teología de la liberación ha buscado responder a ese llamado. Así, la opción preferencial por los pobres no es un amor a la pobreza en abstracto, al contrario, exige un decidido trabajo a terminar con ella. El amor a los pobres es amor a personas con nombre y apellido. Así, en primer lugar es un llamado a conocer a quienes sufren esa condición de insignificancia. La reflexión deviene en un momento posterior. Tampoco es una invitación a idealizar a los pobres, ello sería muy riesgoso. Es sólo una respuesta radical al amor universal de Dios. Como tal, éste debe saber priorizar y así saber a quién ubicar en un lugar preferente.

La teología de la liberación ha renovado así la manera de hacer teología. Ha hecho posible iniciar concretamente la reflexión sobre Dios a partir de la experiencia. Como tal, ella no puede ser en abstracto, aislada del contexto, ajena a los problemas y alegrías del hombre. Ahí la fuerza de una teología latinoamericana. Ella nos ha conducido a comprender lo más profundo de la reflexión teológica como una hermenéutica de la esperanza. Todo el esfuerzo puesto en racionalizar algo tan irracional como la esperanza. Más fuerte aún, ha sido un esfuerzo genuino por hacer posible, frente a toda evidencia contraria, que la esperanza aún persista.

PD. Las ideas más interesantes de este artículo no son genuinamente mías. Son robadas de una de las más impresionantes disertaciones que me ha tocado oir en el último tiempo. Pertenecen a uno de los grandes pensadores latinoamericanos que sigue plenamente vigente: el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez que hace algunos días estuvo en Santiago. Sirvan estas palabras como un humilde homenaje a su notable esfuerzo por hacer posible la reflexión de Dios en nuestro continente.
Patricio Domínguez R.

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