martes, 4 de septiembre de 2007

Saber hacerla

A través del Espacio de Debate se busca fomentar la reflexión al interior del equipo de Un Techo para Chile. Cada semana hay un encargado de escribir acerca de un tema de interés nacional y que se relacione con nuestras inquietudes.
Éste no necesariamente representa la opinión de todos los que aquí trabajamos.

El pasado miércoles 15 hubo dos terremotos. Uno fue en Perú, de 7,9 grados Richter, donde murieron más de 400 personas y miles quedaron sin un hogar. El otro fue en Estados Unidos, fuerte pero con un grado aún indeterminado, sin muertos, heridos, ni damnificados. Para el primero, Un Techo para mi País ha movilizado cientos de voluntarios, decenas de mediaguas y una respuesta logística impresionante. En el segundo caso, bueno, quizá ni la mitad de los chilenos sabe de su existencia.

Obviamente la destrucción física de ciudades completas llama mucho más la atención que una “fría y lejana” caída en la bolsa. Cómo podría ser alguien tan insensible, perverso e ignominioso, como para osar comparar la muerte de cientos de seres humanos con la pérdida de algunos pesitos de gringos hinchados en plata. Bueno, el punto es que el asunto es, como casi siempre, más complejo de lo que aparenta.

Hace ya varios meses, algunas compañías financieras americanas comenzaron a incluir entre sus productos de instrumentos financieros diversificados, las llamadas “obligaciones de deuda colateral”. Esto es la venta de flujos esperados del pago de créditos con algún bien que se usa como garantía. Lo que más se usó fueron los créditos hipotecarios (donde el bien inmueble es el colateral) de clientes “sub-prime” (el grupito de los que su pago es riesgoso). Dado que estas obligaciones estaban particionadas y repartidas, la asignación de riesgos no era clara, y las tasas subvaloraban el riesgo de estos clientes. Muchos ya anticipaban que el asunto tenía que reventar tarde o temprano, pero como todos tenían sólo un poquito de esta “manzana podrida”, pero nadie mucho, a ninguno le convenía tomar el toro por las astas.

Finalmente, la bolsa americana terminó por reaccionar, los mercados se ajustaron como debían hacerlo, subiendo las tasas, y empeorando los rendimientos de los instrumentos. Como suele suceder en los mercados financieros, la información se internalizó de golpe, la energía sísmica terminó por desatarse y el terremoto explotó.

Esta columna, hasta el momento, parece un reportaje de alguna publicación del mundo de los dedicados a ganar plata. Alguien podría, razonablemente, preguntarse: ¿Qué me importa la razón técnica de por qué unos señores envueltos en trajes caros perdieron unos puntitos en la rentabilidad de sus acciones?

Pues bien, invito entonces a elevar un poquito más la perspectiva y mirar el asunto desde una toma aérea más grande. Los efectos del “terremoto americano”, pueden llegar más allá de los yupies gringos, siendo profundos y tremendamente relevantes para los más pobres de nuestro país. La sociedad moderna es altamente compleja, con interacciones dinámicas en todas direcciones. Todo tiene relación con todo.

El efecto de la bolsa americana pasó inmediatamente a Europa, China y todo el mundo, incluyendo Chile. Algunos temen que los mercados perciban esto como un “síntoma” de una crisis subyacente y que los préstamos interbancarios se reduzcan. De hecho, el FED salió en su momento a inyectar liquidez para enfrentar esto. Los más pesimistas prevén que la demanda agregada va a retroceder, el consumo por tanto se contraerá y que una recesión económica de nivel global se aproxima.

Si efectivamente este fenómeno repercute en una recesión, los más afectados no son, precisamente, los que toman whisky. Las empresas, al ver contraída la demanda que enfrentan, tienden a reducir sus costos despidiendo a sus empleados menos calificados -fáciles de reemplazar cuando la crisis ya haya pasado- y no a sus empleados calificados, especializados, difíciles de reemplazar. Así de simple. Una persona sin empleo es una persona que se aleja dramáticamente de salir del campamento. Algo que podía parecer lejano y abstracto, incide entonces de manera absolutamente directa en nuestros objetivos.

La invitación es clara. Nuestra institución tiene una gran capacidad de hacer, ejemplificada en la potente reacción frente el terremoto peruano. Agreguémosle, además, una gran capacidad de comprender, ejemplificada en entender cómo una baja de unos puntitos de un índice gringo puede afectar a los más pobres. Si no somos capaces de comprender nuestro mundo, difícilmente podremos mejorarlo. Invito a todos a actuar con “un corazón caliente pero con la cabeza fría”, a estar atentos a lo que pasa a nuestro alrededor y entenderlo. Podemos así darle aún más potencia a lo que hacemos. Podemos así acercamos un poquito más al sueño de despertarnos un domingo del 2010 y tomar calmadamente desayuno con la tranquilidad de que ya no queda ningún campamento en Chile.

Daniel San Martín
Martes 4 de septiembre de 2007

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